
"No importaba cómo me retorciese o me moviese, el caso es que me daba la impresión de tener un ancla en el pecho que tiraba de mí con fuerza, la larga cuerda asomándose contra la pendiente del mar tensa y delgada, como si estuviese fijada en la roca del inmenso núcleo de la tierra. Eso me tenía atrapado, y cuando una tempestad de indiferencia y amargura empezó a soplar, caí y luché contra el áspero y apretado nudo de la cuerda para librarme, para volar por delante de la tormenta, pero el nudo era cada vez más fuerte, el ancla se hundía en mi pecho cada vez más; y allí me quede. El peso de mi mismo parecía ser inevitable y eterno."